Yunuén
Ya se ve la
torre del templo. Las copas de los árboles que rodean la plaza. Yunuén
impaciente. Su mente anda más rápido que sus piernas. Ya se siente
sobre el empedrado con la miel en la canasta. Ya se bate el pulque en la
olla. Ya se enhebran las cucharadas.
Yunuén,
acentuada. Colina abajo sus pasos regresan a casa. Un cielo blanco, veinticinco
grados, la mañana quieta. El resonar de su nombre la trae a este pueblo.
Zurumucapio. Zumbido de abejas. Jalea
frutal. Colmena fermentada en alcohol para el pulque que su padre vende. Yunuén
atareada. Ella es quien lo elabora. Es inmune a los aguijones. No a la
primavera.
Esta mañana
después de oír misa se ha quedado otro rato en la iglesia. Sus ojos negros
contemplan el cielo raso tapisado de azucenas. Cuenta los querubines que
colgados de las nubes parecen columpiarse como los monos que un día vió en el
zoológico de Morelia. Yunuén embelesada. Los vió a lo lejos en unos arboles.
Sus gritos se oían claritos, como chiquillos encabronados. Sus colas eran
ganchos que los mecían. Un señor los alimentaba con fruta que ellos arrebataban
y luego huían a la copa. A ella le daban ganas de quedarse ahí mirando mucho
rato lo bien que se mecían. Ojalá ella tuviera una cola para colgarse. ¡Ojalá
ella fuera ángel!
El altar del
templo estaba muy adornado por las fiestas patronales de la Virgen de la salud
de Patzcuaro. En su pueblo también hay
una imagen que las señoras del pueblo
cuidan. Con ella se quedo a platicar. A decirle pues, de las piedras redondas y
el río que cruza la montaña. Nadie le ha querido hacer caso. Ni su madrina, ni
su papá. Pero ella está segura que esas piedras no estaban antes. Luego de las
lluvias en la sierra, aparecieron ahí nomás. Unas tiene hoyos como limones.
También hay palos y ropa. El río los trajo un día y los escupió a la orilla.
Yunuén curiosa. Escuchó en la plaza que todo lo que el río trajo es de
Angangeo. Pero las piedras con hoyos no las escupió. Esas las retiene en su
lecho. Las cubre cada día con más lodo
y hierbas. Yunuén pensativa.
Un mal paso.
Yunuén de rodillas. La miel fuera de la canasta. La veredilla del cerro ensangrentada.
Yunuén impávida. Se levanta y sacude el
lodo y la sangre ajena de su enagua. Otro sendero que habrá de evitar. Dicen que son caminos de los comandantes.
Yunuén inocente.
Reanuda la marcha. En el viento zumban también las balas.
Amiga, escribes maravillosamente bien... Aunque, por el final, entiendo que no llego a captar plenamente el trasfondo de la historia... Solo lo intuyo... Sangre y balas...
ResponderEliminarUn abrazo
Antiqva, si intuyes bien. Es un relato basado en la triste realidad de mi tierra. La gente de los poblados al interior del estado viven la violencia del tráfico de drogas día a día. Aprenden a vivir con ella (si esto es posible) .
ResponderEliminarGracias por las porras ;)